Es Roger Caillois quien, un día, comparó el exceso de reflexividad de la filosofía tal como es practicada la mayor parte del tiempo en las defensas del mamut enrolladas sobre sí mismas: síntoma del final de un recorrido, de la falta de un verdadero campo de fuerzas. Es a menudo la impresión que uno puede tener al leer gran cantidad de textos filosóficos, y es sin ninguna duda por eso que, estos últimos tiempos, tantos aprendices filósofos se han dirigido hacia la etnonología, la sociología, incluso la presentación mediática. Pero dentro del propio trabajo filosófico, ha habido, desde la fin del siglo XIX y durante el XX, traslados, cambios de lugar, transformaciones topológicas que son muchísimo más fundamentales e interesantes.

 

Esto empieza con Nietzsche, otra vez él, que crea el retrato del filosofo-artista, y que, al mismo tiempo que critica radicalmente a los poetas y a la poesía, se presenta él mismo como «poeta – hasta el límite de la palabra» y declara que «el fenómeno del artista es el más transparente». Tal como lo veo, todo el trabajo de Nietzsche, tan marcado por tormentos y contradicciones, es una transición hacia esta transparencia. Así que, sin regodearse, atraviesa el “no man’s land” del nihilismo con el fin de volver más allá de la metafísica (reanudando con los Presocráticos, en particular Heráclito) y va a intentar entrar en un paisaje físico que no domine ningún ideal transcendental: Dios, Idea... Hay, por supuesto, una transcendencia en Nietzsche, es el Superhombre: «El suprahumano, es el sentido de la tierra». Este mito, ya que se trata de eso, fue, pienso, una manera para Nietzsche de sobrevivir, de sobre-vivir. Pero cuando habla en nombre del Superhombre, como en “Así hablaba Zarathoustra”, su discurso suena hueco: estamos en la grandilocuencia lirica. Tal vez en la idea misma de «sentido de la tierra» subsiste un resto de pensamiento teleológico, incluso teológico. Tal vez no se trate, siuno  se quiere mantener fiel a la tierra, ni de un sentido ni de un destino (aquí pienso en Ecce homo), pero de una sensación de vida densa. En una de sus visiones más fulgurantes y clarividentes, Nietzsche decía: «alrededor del héroe, todo se convierte en tragedia; alrededor del semidiós, todo se convierte en sátira; alrededor de dios, todo se convierte en mundo.» A mi parecer, el pensamiento-vida de Nietzsche se sitúa entre la tragedia y la sátira. Faltaba una puesta en práctica poética, faltaba una poética del mundo (que sabría prescindir de mito). Pero lo que tengo presente de Nietzsche, además de su análisis cultural radical, es su esbozo de cierta estética («Un sentido del permanente y pocos recursos») y el retrato del pensador-poeta.


Este es el retrato que ronda en la filosofía desde hace un siglo. Ensayo tras ensayo, podemos ver obrar en el campo filosófico, intentos para extraer algo como un pensamiento poético. Me parece que, globalmente, a través del desmantelamiento de la metafísica, salimos de la historia de la metafísica para ir, no sin dificultades, hacia una nueva geografía de la mente, hacia un nuevo espacio físico y poético. Al dibujar en el preámbulo estas grandes líneas, sobre todo en lo que atañe al vínculo entre filosofía y poesía, Heidegger me parece una figura ineludible. Como Nietzsche, él también trata de seguir los senderos de un «pensamiento al comienzo» para ir hacia lo que llama «distritos más originales», hacia una «aclaración de la cual la filosofía no sabe nada», hacia un lugar situado fuera de los marcos establecidos y que no es aprovechable.


Por estos caminos, Heidegger encuentra seguramente filósofos, principalmente presocráticos, pero sobre todo dialoga con poetas, con errantes en busca de una nueva topología del ser, como Hölderlin, Rilke, René Char. A él estos poetas le parecen que se sitúan en un suelo más fundamental que el suelo filosófico, le parecen haber pensado y vivido más lejos. Mientras que intenta mantener cierta distancia ente la filosofía y la poesía, Heidegger escribirá sobre la frecuentación de Hegel y de Hölderlin que, desde finales del siglo XVIII, «el poeta […] ya ha atravesado y destrozado el idealismo especulativo, mientras que Hegel lo está constituyendo». Pero sabemos también sobre que terreno desliza su sentido” piétiste” de la tierra y su mística del suelo natal, y que rotundamente no comparto, al que se ha dirigido el filósofo alemán.


Pensemos mas bien, al localizar por primera vez la geopoética, en Gilles Deleuze, inventor del concepto del  desterritorialización (nos hemos encontrado en terreno nómade), que, ¿en Nietzsche hoy? (los textos reunidos del simposio de Cerisy-la-Salle, 1973), intenta una nueva lectura de Nietzsche. En los textos del filosofo-artista, del pensador-poeta, de la mente nómade, Deleuze siente, confusamente («Lo digo de una manera muy vaga, muy confusa”), pasar «algo que no se deja ni se dejará codificar», algo que Nietzsche intenta «hacer pasar sobre un nuevo cuerpo... un cuerpo que sería el nuestro, el de la Tierra, el de lo que está escrito». A través del aforismo y poema, se asistiría a un movimiento de deriva, un movimiento que es «completamente diferente del movimiento imaginario de las representaciones», y este movimiento conllevaría una «relación inmediata con el exterior». Ahora bien, dice Deleuze, «enchufar el pensamiento hacia el exterior, es lo que, al pie de la letra, los filósofos no han hecho nunca, incluso cuando hablaban de política, incluso cuando hablaban de paseo». Nietzsche habría sido «el primero en diseñar otro tipo de discurso», el primero en intentar una «escritura de intensidades» capaz de expresar «estados vividos» que no serían ni representaciones, ni fantasías.


Deleuze ha desarrollado estos apuntes sobre todo en Mille Plateaux (1980), y le da un resumen en ¿Qué es la filosofía? (1991), hablando, por lo cual solamente nos podemos regocijar, de... geofilosofía: «El sujeto y el objeto dan una mala aproximación del pensamiento. Pensar no es ni un hilo tensado entre un sujeto y un objeto, ni una revolución de uno alrededor del otro. Pensar se hace más bien a través del vinculo entre el territorio y la tierra». Hasta ahora, bien, la geopoética le saca provecho a esto. Interesantes, también, su dialéctica del concepto y de la figura, donde acaba hablando de un «personaje conceptual», y su análisis de la situación político-cultural general: «Nos falta un verdadero plan (un plan de inmanencia)». Pero cuando llega a definir su «geofilosofía» diciendo que «Nietzsche ha fundado la geofilosofía buscando la determinación de los caracteres nacionales de la filosofía francesa, inglesa y alemana», es, desde nuestro punto de vista, más que decepcionante. Decimos, primero, que si es eso, la geofilosofía, no es más que una etapa preliminar del pensamiento de Nietzsche que caminaba en la meseta de Engadine, o a lo largo de la bahía de Génova. Con esto, los flujos, las intensidades de Deleuze y de Guattari tienen sin duda algo de febril, precoz, y hasta esquizoide.


En sus Cartografías esquizo-analíticas (1989), Félix Guattari puede hablar todo lo que quiera acerca de la necesidad de un «reposicionamiento fundamental del hombre respecto a su ambiente», del «campo del posible» y de su deseo de «desembocar a algo más durable que locas y efímeras efervescencias espontaneas», su «discursiva energética» nos deja escépticos, sobre todo cuando desemboca a un lenguaje utópico-lirico, del estilo de este: «Solo una toma de consistencia de la tercera voz, en el sentido de la auto-referencia – el pasaje de la era consensual mediática a una era de sensual post-mediática – permitirá a cada uno asumir plenamente sus potencialidades procesuales y tal vez transformar este planeta, vivido hoy como un infierno por cuatro quintas partes de la población, en un universo de encantos creadores». Me estremezco al pennsar en el establecimiento, por parte de mentes sin duda bien intencionadas, de esos tales «encantos creadores».


Encontramos la misma cosa, o al menos algo parecido, en Michel Serres. Si el Pasaje del Nord-Oeste (1980), a pesar de cierto manierismo estilístico, quedaba abierto y prometedor, con Génesis (1982) y El Contrato natural (1990), los «encantos creadores» del campesino-filosofo de Lot-et-Garonne son ostensibles de una manera tan complaciente que resulta al mismo tiempo molesto y ridículo. De Génesis, que nos aprende que «al principio está el cante», cito, sin comentarios, la evocación de Eva y Adam: «Rubia, Eva luce un vestido blanco y negro, con anchas rosas impresas, corta; sus zapatos verde acido hacen juego con el cinturón del mismo color; un pantalón azul marino, muy pardo, tirita bajo un chándal Jacquard Adam. Se abrazan con buena voluntad. Silba el cierzo de octubre que deja pegado el barco al muelle. Se espera al equipo...» En cuanto al Contrato natural, nos reserva para el final una divagación erótico-lirico, que habría hecho enrojecer a Rousseau, durante la cual Michel Serres hace el amor con la Tierra: « ¿Quién soy? Un temblor del nada, que vive en un seísmo permanente. Ahora bien, durante un momento de felicidad profunda, viene a unirse a mi cuerpo titubeante la Tierra espasmódica. ¿Quién soy yo, ahora durante algunos segundos? La Tierra ella misma. Comulgando los dos, en amor ella y yo, doblemente desamparados, juntos palpitando, reunidos en una aura.» ¿Hasta adonde irán pues, los filósofos (o los historiadores de las ciencias y de la filosofía) que, queriéndose escritores, incluso poetas, emprenden la creación?


Ante estas aberraciones y exhibiciones, entiendo que algunos filósofos, menos vitalistas, menos líricamente energéticos, prefieren cantonarse detrás de los salvaguardas del sujeto-objeto y del derecho. Les entiendo, aunque me diga a mí mismo, no que van a perder la oportunidad (para eso se puede confiar en ellos), pero que podrán seguramente perder el pensamiento, la vida, el mundo.

(Fragmento de Plateau de l’Albatros, 1994)

Kenneth WHITE

(Traducción: Manuela Gorris Neveux)