En el Zohar, se habla de un viejo sabio, sólo en su cuarto, inmerso en el estudio de “la Ley” (para cambiar de contexto cultural, podríamos decir “del Logos” o “del Tao”), que hace mover al universo y mantiene al mundo.
¿Extravagante, no es cierto? Pero los libros como el Zohar no se leen como el periódico cotidiano o la última novela.
Sin sentirme en absoluto un “viejo sabio” (no es precisamente mi estilo: permanezco sobre el terreno, a veces escabroso y abrupto, y dentro de lo que llamo “el campo del gran trabajo”), en estos tiempos de “confinamiento” impuestos por una interrupción virológica, es esta imagen la que me viene a la mente.
Tomando en cuenta mi manera fundamental de concebir las cosas, ¿entonces por qué soñar con redactar un texto ad hoc en medio de una actualidad consagrada prioritariamente a los primeros auxilios y a los enfermos terminales? Mi excusa, es que las personas cuya amistad e inteligencia estimo me han pedido que lo haga, es decir, presentar, de manera epistolar y familiar, como algo personal también pero asimismo quizás, y en aras de un futuro posible, todo un plan de trabajo, todo un campo de experiencia, todo un continente del espíritu que, en circunstancias normales, se contentaría, prosiguiendo al mismo tiempo el trabajo de fondo, con esperar “el momento preciso” (antiguo griego kairos), donde, se ubica existencialmente en un presente cuasi-infinito, con escasas expectativas. La Historia siendo lo que es (llena de ruidos, de furor y de estupidez), los pensadores y la personas, que yo más estimo, siempre han continuado sus trabajos, como lo decía uno entre ellos, sub specie aeternitatis.
Inclusive durante el período de confinamiento, ya oíamos hablar del “mundo de después”, entendiendo por eso no solamente un regreso a la “vida normal” (¿normal?), sino un “nuevo mundo” que surgiría de las lecciones adoptadas durante el confinamiento, sobre todo gracias, a las iniciativas simpáticas adoptadas por algunos ciudadanos. Sin embargo, creer que de todo ese alboroto, de todo ese enredo actual, podría surgir lo que fuese que se parezca a un mundo verdaderamente vivo y vigorizante, revela una ilusión total. Por el contrario, podemos prever, entre otros (lo que llamamos la “creatividad” es prolífica), no solamente una avalancha de discursos bien pensantes, una profusión de cultura enlatada (patrimonial, diluida, alterada – al gusto), un gregarismo súper convivial, pero, aquí y allá, una regimentación (voluntaria) político-cientista.
Antes de continuar, echemos un agudo vistazo, alcemos atentamente la oreja, hacia el contexto psico-socio-político actual.
En primer lugar, en esas circunstancias, no evitamos una reactivación de la retórica grandilocuente hueca. Es así como al comienzo de “la crisis”, en el momento de una alocución del Noticiero de las 8:00 pm del 16 de marzo, el Presidente de la República, después de haber anunciado las medidas sanitarias y económicas razonables en las circunstancias del momento, no podía evitar finalizar con un sermón sobre la Unión Sagrada. Seguido, poco tiempo después, por uno de sus ministros que declaraba, a su manera, que si no nos uníamos, “perderíamos el Sentido de la Historia”. Pudimos haber obviado asimismo la metáfora de la guerra. En fin, avancemos. Posteriormente, los gobernantes se calmaron, preocupados por los problemas de suministros (“¿Mascarillas, mascarillas, dónde están ustedes?”). Pero los medios de comunicación se apresuraron a tomar el relevo, con una generosidad desbordante. Todos los canales ofrecían programas adaptados para “todo el mundo”, dispuestos a abordar “todas sus dudas”, invitando no solamente a expertos (que, la mayor parte del tiempo, no podían honestamente decir nada porque ellos tampoco “sabían mucho”) sino a personalidades de la pantalla y del micrófono (de la “cultura” como se dice) dispuestos, ellos y ellas, a hablar, acompañados por muzak, muzak, muzak[2], los discursos más trasnochados, más insípidos, durante una hora de programación. Otro día, en las noticias nocturnas de la televisión, el gentil animador terminó su programa cotidiano diciendo (“esto les hará bien”) la cancioncita de un grupo pop inglés, sin dejar de precisar que ese grupo había vendido más discos en el mundo que ningún otro grupo, como si eso fuese una garantía de calidad, un criterio de valor, un estímulo para la humanidad.
Dejemos todo eso a un lado y tratemos, a pesar de todo, como decía el viejo poeta latino, de “entonar un canto más elevado” (paulo maiora canamus).
Si una crítica lúcida, rápida, del contexto general actual me ha parecido de utilidad pública, yo sé que muchos individuos han aprovechado el confinamiento, de un aislamiento inopinado, para evaluar su vida, para examinar sus necesidades profundas. Yo tengo como prueba una cantidad de cartas que recibí de esos individuos durante este período. No porque yo sea un “sabio” dispuesto a prodigar asesoramientos y consejos, sino porque habían leído tal o cual libros publicados por mí en los últimos años. En estos días, recibí una de esas cartas, que pongo como ejemplo. Su autor me dice que él y algunos de sus amigos han decidido “enfrentar el virus” aprovechándose de confinamiento forzado para contarse su vida, a manera de Facebook. Pero que se cansaron rápidamente, prefiriendo aislarse aún más, con el fin de “sondearse” aún más. Él se preguntaba, si más allá de todo esto, que no es sino información (datos estadísticos sobre el número de muertos, etc...), ¿no sería bueno, “alzar la voz” abordar algunas Ideas Importantes, pero deshaciéndolas de lo superfluo (discurso secundario) que las envuelve? ¿Ampliar la consciencia de lo que significa vivir en este planeta?
Yo le respondí que estaba listo para un nuevo plan fundamental, no como una “revolución” (una más), sino como una profunda evolución.
En el siglo XVI fue introducida en la lengua francesa una de las palabras más interesantes: climatérico (del griego klimaktér, nivel, grado) que, después de muchos usos de menor relevancia, terminó significando un período histórico de cambio crítico, que presentaba un carácter particularmente precario e inestable. En este momento, puede que estemos pasando por una climatérica de esa índole. Nuestro período histórico comienza a partir de las bases metodológicas científicas establecidas por Bacon y Descartes, se prolonga luego a través de Leibniz hasta Einstein y más allá, antes de llegar (salvo, evidentemente, a los cientistas y los tecnólogos que han continuado con convicción, como si nada hubiera pasado) en un estado de paradoja inédita. En el marco de esta carta, que tomará en cuenta algunos puntos de referencia, sólo citaré como referencia la conferencia de Edmund Husserl en la Kulturbund de Viena el 7 de mayo de 1935, bajo el título La crisis de las ciencias. La solución propuesta por Husserl era la “fenomenología trascendental” (que fascinó mis veinte años). Pero, al final del análisis, Husserl mismo reconoce que esta primera idea, aún muy cerca de superestructuras heredadas, no abrían un camino hacia lo que él llamaba “la Tierra Prometida”, usando una metáfora bíblica.
Es aquí donde yo comienzo a poner ciertas cartas sobre la mesa.
Voy a hablar de geopoética.
¿Geopoética?
Proponer que algo que se llama “geopoética” pueda contribuir en algo a un movimiento profundo susceptible de ocurrir en un momento determinado de la Historia (en este caso, la nuestra), va a parecer completamente absurdo para muchos de los espíritus críticos y hasta sabios.
La palabra “poética” no es de ninguna manera una palabra fuerte y poderosa en nuestra civilización. Su uso es o académico, o trivial, que es lo más común. Para otorgar a la palabra toda su fuerza, todo su alcance, tuve que ir a otras culturas, desarrollar todo un pensamiento, elaborar un léxico, un lenguaje fuera de aquellos dejados por la mitología, la religión y la metafísica. No se trata de alcanzar una “tierra prometida” (en el terreno fundamental, y eso es lo que lo distingue, radicalmente, del terreno político-religioso, no hay promesas) sino de recuperar, después de siglos de aberración, la tierra y a partir de ahí, re-fundar un mundo.
¿En cuanto a la partícula “geo” ese término neológico, absurdo (abs ordine, es decir, fuera del orden común, fuera de las normas) qué es la geopoética, no disponemos ya de la geografía, de la geología, y mismo de la geopolítica? ¿Añadir un “geo” a nuestro repertorio epistemológico, a nuestro sistema de saber, no es redundante e incluso arcaicamente geocéntrico, en una época de proyecciones interestelares,? ¿Y además, si se trata de ocuparse de la Tierra, de salvar el planeta, no tenemos ya la ecología? ¿O bien, la susodicha geopoética no sería sino una geografía ligeramente poética o una poesía vagamente geográfica, es decir un pequeño suplemento, pero absolutamente sin consecuencias, de un espacio literario ya considerablemente deteriorado al interior y congestionado al exterior ?
Para tener una idea de todo lo que está en juego en la geopoética, propongo, en esta breve carta, examinar dos términos que eminentemente forman parte del léxico contemporáneo que vengo de evocar, “geopolítica” y “ecología”, considerándolas, correctamente interpretadas y ampliamente desarrolladas, como etapas posibles en el camino de la geopoética, como base para una nueva cultura general, y, más profundamente, sugiriendo que la geopoética es su fundamento esencial. En pocas palabras, y de manera simultánea, la geopoética como fundamento y horizonte.
Para comprender bien la geopolítica, hay que ir al año 1897. Es en ese año, en Alemania, en Múnich, que Friedrich Ratzel publica Politische Geographie. Es durante los años siguientes a esa publicación, que la “geografía política” adoptó la forma, más agresiva, más belicosa, de Geopolitik. Karl Haushofer publica su revista Zeitschrift für Geopolitik en 1926. En los años 1930, el nazismo triunfante se la apropia como propaganda ideológica. Alarmado, tanto en el plano político, como también en el plano intelectual por este desarrollo, o proclive, de ver un concepto útil manejado de esta forma, preocupado por precisiones complementarias y por perspectivas más abiertas, Jacques Ancel, profesor de “geografía política” en el Instituto de Altos Estudios de la Universidad de París, publica en 1936, su Essai Doctrinal de Géographie politique. Este ensayo está dividido, operacionalmente, en tres partes : Métodos (¿Geografía alemana o Geografía francesa ?) ; Contextos (Fronteras en el tiempo, Fronteras en el espacio) : Nación (¿Principio territorial o principio psicológico?). El término se ha mantenido ondeando durante años en el espacio político e intelectual, con connotaciones y empleos variables, y es siempre el caso. Tal cual es practicada actualmente, la geopolítica estudia y manipula la relación entre los Estados sobre el tablero del planeta en término de mercados, de seguridad y de poder. Lo que estudia, practica, y ejecuta la geopoética tiene como meta, otra cosa más difícil e inspiradora, refundarlo. Si la geopolítica practica un cálculo estratégico, la geopoética, es la relación entre el Hombre y la Tierra, esa parte del universo que tratamos, malamente, de habitar. La geopoética se regenera, conceptualmente y existencialmente, en la base. Si la geopolítica tiene por meta final gobernanza del mundo, la geopoética tiene como meta, algo más difícil e inspirador, refundarlo. Si la geopolítica practica un cálculo estratégico, la geopoética pone en marcha lo que Aristóteles llamaba nosotros poietikos, noción que yo traduje como inteligencia poética. Entrevemos todo lo que una “geopolítica”, repensada y ampliada, pudiera incluir.
Aquí, yo me detengo en la ecología.
En el presente, en el que el poder intelectual se encuentra a un nivel bastante bajo, donde la inteligencia poética no existe sino en algunos lugares aislados, la ecología, exceptuando algunas actividades bien intencionadas, está minimizada, a un contexto de discursos insustanciales, a una catequesis registrada con lenguaje infantil, expresado mediante una gestualidad exagerada. No hace mucho tiempo podíamos distinguir útilmente tres ecologías : la ecología biológica de base, inventada por Ernst Haeckel en los años 1850, que estudiaba la relación entre los organismos y su medio ambiente (yo lo leía a los 14 años en la costa oeste de Escocia, entre el mar y la montaña); una ecología humana y social propuesta por H. G. Wells (Outlook for Homo Sapiens) en los años 40 del siglo XX, que yo leía, estudiando de todo y de nada, es decir fuera de un programa, en Glasgow, en los años 50) : y la ecología mental de Gregory Bateson (Steps to an Ecology of Mind, Mind and Nature), según la cual las manifestaciones más fértiles, las más esclarecedoras del espíritu humano, están en conexión directa con el multiverso biocósmico no-humano (que yo leía en Edimburgo, en los años 60).
Esto significa que la ecología ha sido un pasaje, importante, en el camino hacia lo que yo iba a llamar la geopoética.
Pero me quedé con mis dudas.
Es, entre otros, que no encontraba la fuerza que yo percibía de lo que nos queda de los manuscritos de los antiguos físicos jónicos (Heráclito, por ejemplo), ni la sensación de un lugar que uno puede encontrar en algunos poetas diseminados a través del espacio y el tiempo (Li Po : “Es más fácil subir al cielo que caminar por la ruta de Sichuan”), y que yo había comenzado a experimentar de manera rudimentaria desde mi infancia : esta síntesis moviente de olas del mar, las líneas abruptas de la montaña, la forma cambiante de las nubes : toda la morfología de un paisaje físico (landscape) tratando de transformarse en paisaje mental (mindcape) y en paisaje verbal (wordscape).
Cuando Gregory Bateson alcanzaba el final de su obra, él sentía que él estaba en el umbral de algo, esperando en breve estar cerca, (más allá y afuera de todo lo que no fuese sino lógica binaria, tautología cibernética, inteligencia artificial, digitalismo numérico, etc.), para lo que él llamaba “el vuelo del albatros”. No existe conexión directa, pero es sin duda una coincidencia significativa que en el momento en el que yo buscaba un título para mi primer libro sobre la geopoética, una noche dándole vueltas al mapamundi, como lo hacía a menudo, en mi estudio de la costa norte de Bretaña, me encontré frente a la costa oeste de la América meridional, en una meseta submarina emergente, llamada la Meseta del Albatros. He aquí, que ya tenía mi título. Este primer libro específicamente geopoético fue seguido algunos años más tarde por otro, de título más explícito, quizás más provocador, Au large de l’Histoire: el núcleo teórico geopoético central al estar rodeado (a veces superado, a veces desarrollado) por toda una constelación de otros libros (narración y poesía) que presentaban el camino con la intención de abrir un nuevo campo.
Ésta es mi propuesta, el terreno más propicio para toda clase de trabajos y de acciones susceptibles de alcanzar un futuro que valga verdaderamente la pena ser vivido.
Una última palabra, como conclusión (provisional). Yo no digo que la geopoética es la respuesta a todos los “problemas”. No hay sino personalidades de escasa importancia agitadas reclamando respuestas rápidas a todos los “problemas”. La geopoética, sutilmente concebida, es más, mucho más, que la solución a un problema. Toda su concepción, su entera configuración, se sitúa fuera de la problemática. Lo que yo digo, es que, si surge un nuevo movimiento terrestre, movimiento en búsqueda de un mundo, la geopoética será parte integrante, será paralelamente la cima intelectual y el tono fundamental.
Kenneth White
Abril 2020
(traducción : Maguy Blancofombona)