Régis POULET
Presidente del Instituto Internacional
de Geopoética

 

Nunca antes la humanidad ha estado tan desvinculada del mundo de la tierra y de las aguas. Hoy las civilizaciones no solo son mortales, sino que también suelen ser mortíferas. En los últimos tiempos, se ha constatado que el ritmo de la degradación global se acelera. Un discurso catastrofista y cierto sentimiento difuso y generalizado apoyan la idea de que nuestro mundo se acerca a su fin. Después de mucho tiempo, hemos logrado alcanzar y conocer los límites geográficos del planeta. Satélites geosincrónicos son suspendidos sobre nuestras cabezas como ángeles vacíos o Casandras high-tech de dudosos vaticinios. Los recursos naturales se están agotando. La tierra está experimentando una crisis de vida que augura una sexta extinción masiva de las especies. La cultura es hidropónica, sin suelo.

 

Como lo señala Kenneth White, no existe ya un ‘gran relato fundador’: ni mito, ni religión, ni Historia. Aquello que se llama «cultura» en nuestra época no es sino una proliferación vacía, que obedece por lo general a las leyes del mercado. Pero para que una cultura sea digna de llamarse así, necesita no solo estar viva, sino que también ofrecer en sus respectivos niveles y registros— un referente que genere consenso social. En el Paleolítico, el referente fue la relación del hombre con el animal; durante la Antigüedad, fue el ágora filosófica y política; en la Edad Media cristiana, Cristo y la Virgen María; en la época moderna, la creencia en la marcha triunfante de la Historia. Cada miembro de la comunidad podía tener esos referentes, independiente de cuál fuese su estatus dentro de la sociedad.

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Kenneth White ha sido calificado del “mayor poeta vivo en lengua inglesa” (Le Nouvel Observateur) ;  en La Sorbona es el profesor que imparte “Poesía del siglo XX”.

Premunido de nada más que palabras, atravesó recientemente todo el continente europeo, deteniéndose en pueblos y aldeas, sin apuro. La Carte de Guido (un pélerinage européen) se llama el libro donde plasmó su experiencia inspirada en el viaje de un monje medieval. Casi diez siglos después, White se preguntó qué queda de Europa.

 
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