¿Una teoría? Sí. No tengamos miedo de esta palabra, que ha sido apartada estos últimos tiempos para dejar sitio a un enjambre de chismes y chapuzas. Sin teoría, se dan vueltas sin dardear, se amontonan comentarios y opiniones, uno se encierra en el imaginario y la fantasía, uno se pierde en lo espectacular, se sumerge en el detalle, se ahoga en el cotidiano cada vez más opaco. Pero cualquier teoría aceptable tiene que estar basada sobre un pensamiento fundamental, estar vinculada con una práctica tangible y quedarse (seguir) abierta.
A través de los siglos y milenarios, la cultura (lo que permite aumentar su vida y refinar su mente – nada que ver con las meras tertulias de salón) se ha basado en el mito, la religión, la metafísica. Hoy en día, ya no se basa en nada. Prolifera, eso es todo, la única ley es la del mercado. Todo el mundo, en fin, un número cada vez mayor de individuos, siente que le falta una base. Cualquier vuelta atrás a los antiguos cimientos es ingenua, parcial y caricatural, es una nueva basa la que necesitamos. Es esta nueva basa que propone la geopoética.
Para qua haya cultura en el sentido profundo de esta palabra, es menester que haya consenso en el grupo social a propósito de lo que se considera como esencial. En cualquier cultura que tenga base y sea vivificante, se funda un hogar central. Todo el mundo (a cualquier nivel de los discursos diferentes, claro está) se refiere a ella – el filosofo en su despacho, el campesino en su campo. En la Edad Media cristiana, era la Virgen Maria y Cristo. En la época griega clásica, la ágora filosófica y política. En una tribu paleolítica, la relación con el animal.
En algún momento, después de muchos años de investigación en historia y en cultura comparada, me pregunté si existía una cosa sobre la cual, más allá de todas las diferencias de orden religioso, ideológico, moral y psicológico que abundan y a veces hacen estragos hoy en día, se podía – al norte, al sur, al este y al oeste – estar de acuerdo. He llegado a pensar que es la Tierra ella misma, este planeta extraño y bello, bastante raro aparentemente en el espacio galáctico, sobre la que todos probamos, mal, la mayor parte del tiempo, vivir.
De allí el « geo » en este neologismo.
Y en cuanto a la palabra « poética », no lo utilizo en el sentido académico de «teoría de la poesía». No es cuestión aquí ni de poesía en el sentido tradicional (poesía pura, poesía personal, etc.), y aun menos en el sentido usado (fantasías filmográficas, lirismo de la cancioncilla, etc.) que se da en general. Pasemos rápidamente sobre esta pobre sociología, y pensemos, por ejemplo, en la « inteligencia poética » (nous poetikos) de Aristote.
Por « poética », entiendo (quiero decir?) una dinámica fundamental del pensamiento. Es pues que puede haber en mi opinión, no solamente una poética de la literatura, sino una poética de la filosofía, una poética de las ciencias y, eventualmente, porque no, una poética de la política. El “geopoético” se sitúa de entrada en el enorme. Entiendo eso primero en el sentido cuantitativo, enciclopédico (no estoy contra el cuantitativo, siempre y cuando la fuerza capaz de arrastrarlo lo acompañe), luego, en el sentido excepcional, de é-norme (fuera de las normas). Vehiculando una gran cantidad de materia, de materia terrestre, con un sentido ampliado de las cosas y del ser, la geopoética abre un espacio de cultura, de pensamiento, de vida. En una sola palabra, un mundo.
A propósito, si digo « geopoético » (sobre el modelo del lógico, matemático), y no « geopoeta », es para no limitar la geopoética, como se podría pensar, a una expresión vaga y lirica de la geografía. La geopoética, basada en la trilogía eros, logos et cosmos, crea una coherencia general – eso es lo que llamo «un mundo».
Un mundo, se tiene entendido, emerge del contacto entre el espíritu y la Tierra. Cuando el contacto es sensible, inteligente, sutil, se tiene un mundo en el más amplio sentido de esa palabra, cuando el contacto es estúpido y brutal, ya no se tiene mundo, ni cultura, solamente, y cada vez más, una acumulación de inmunda.
Todo ha empezado para mí en un territorio de veinte kilómetros cuadrados en la costa oeste de Escocia, y vinculado directamente con las cosas de la naturaleza. Se me dirá tal vez que todo el mundo no tiene acceso a un ambiente natural. Soy muy consciente de aquello. Pero es reconocer la importancia de tal ambiente que puede servir de punto de partida para tomar conciencia radicalmente, pues de una política, de una educación diferentes. Y también en los contextos urbanos los más desfavorecidos, hay siempre señas, huellas, que se pueden notar, a las cuales se puede ser sensible cuando la mente ha sido despertada y orientada.
Con el fin de renovar y extender mi experiencia inicial y radical, he atravesado varios territorios, siempre con el objetivo de amplificar mi sentido y mi conocimiento de las cosas. Y sigo haciéndolo, ya que no se debe nunca perder el contacto entre la idea y la sensación, el pensamiento y la emoción.
Es en 1979, viajando, peregrinando, deambulando (utilizo todos estos verbos, todos estos métodos, según las ocasiones y los contextos) a lo largo de la costa norte del Saint-Laurent, en marcha hacia el Labrador, que la idea de la geopoética ha cobrado forma. He relatado este viaje, he intentado decir toda la inmensidad de la sensación, de la idea, en el libro La Route bleue.
Otros libros le siguieron, que no solamente ilustran el propósito, sino que también sugieren nuevas propuestas.
Es en Le Plateau de l’Albatros que he elaborado, del punto de vista filosófico, científico y poético, la cartografía la más completa de este concepto de geopoética que veía emerger cada vez más claramente en mi trabajo y del que sentía cada vez más la necesidad en nuestro contexto general. La geopoética es efectivamente una teoría-practica que puede dar una base y perspectivas a cualquier práctica (científica, artística, etc.) que intente salir hoy de las disciplinas demasiado estrechas, pero que no han encontrado todavía una base y así pues una dinámica durable.
A estos enfoques científico, filosófico y poético, he añadido retratos existenciales e intelectuales de proto-geopoético como Humboldt, Thoreau ou Segalen, primero para insistir sobre el hecho que el pensamiento no se separa de la vida vivida, que la teoría se arraiga en el real, pero también para enseñar que la idea geopoética ha sido latente en varios individuos a través del espacio y del tiempo. Una idea sin predecesores no es más que una fantasía. De la obra de estos predecesores, hago lecturas erosivas y que dinamizan. No se trata solamente de erudición y de historia, se trata de esbozar una geografía de la mente.
Es para que en la idea geopoética se mantenga toda la precisión y todas las perspectivas que decidí fundar, en 1989, El Instituto internacional de geopoética.
Algunos años más tarde, inicié el proyecto organizativo de un « archipiélago » de seminarios a través del mundo, que aplicaría la idea geopoética en diversos contextos locales.
La idea geopoética avanza y se extiende, los seminarios trabajan de varias maneras, el Instituto mantiene el rumbo y abiertas las perspectivas previstas.
Kenneth WHITE
(Traducción: Manuela Gorris Neveux)