1. Geopoética y geopolitica

El término de geopolítico, de origen alemán, es un neologismo de los años treinta. Ese año fue cuando Jacques Ancel, profesor de geografía política en el Instituto de Altos Estudios Internacionales de la universidad de Paris, lo introdujo en Francia. Lo utilizo para el título de un « ensayo doctrinal de geografía política », que consta de tres grandes partes: Les Méthodes (« ¿Geografía alemana o geografía francesa? »), Les Cadres (« La frontera en el tiempo, la frontera en el espacio »), La Nation (« ¿Principio territorial, principio psicológico? »). Como buen estilista francés, se disculpa de « ese pedantismo », pero no quería dejar que « el engaño de la ciencia alemana » se acaparase de un término tan potencialmente venidero. Más allá del Rin, es sobre el concepto de Geopolitik, una invención de « profesores alemanes », que el nacional-socialismo hitleriano estaba basándose, de manera groseramente simplista y propagandista: la Zeitschrift für Geopolitik fue lanzada por Haushofer hacia 1926. Había que dar a este término, que iba a convertirse intelectualmente, preponderante y potencialmente nefasto, más precisión, y otras perspectivas. Y hacía falta, para Francia, aventurarse en ese terreno movedizo. Y es que hasta entonces, Francia se quedaba más bien ensimismada sobre su identidad. Su ciencia geográfica, tan sutil y analítica como lo era, era interna y estática. Hacía falta en el futuro abrirse a un espacio externo, dinámico, pero sin perder nada de esas cualidades representadas  eminentemente para Ancel por la geografía humana de Vidal de La Blache tal como fue expuesta en sus Principios de geografía humana en 1922.

En mi biblioteca, Vidal de La Blache figura desde hace años al lado de Élisée Reclus y de Friedrich Ratzel, cuyo Politische Geographie se publicó en Munich en 1897.

Hay en mi trabajo algunos elementos de geopolítica. Uno de mis libros recientemente publicado, Ideas of Order at Cape Wrath, es un libro geopolítico (geo-político-cultural) que toma como ejemplo Escocia. Y hay elementos de una geopolítica de otro tipo, por decir, en todos mis libros, cuando atravesé ciudades y territorios. Una conversación al borde de la carretera, en una posada, un encuentro inesperado, una observación hecha de soslayo, pueden ser más reveladores de un estado de las cosas que una página de estadísticas o que un discurso.

Hablemos ahora del vínculo entre geopolítica y geopoética. La geopolítica tal como es concebida hoy en día, estudia la relación entre los Estados en el tablero del mundo a nivel de recursos, de mercados y de seguridad. La geopoética en cambio se concentra en la relación entre el hombre (¿pero qué hombre?) y la Tierra. Retoma las cosas por la base. Si la geopolítica es mundialista, la geopoética quiere ser  mundificante.

 

2. Geopoética y ecología

Digamos primero, rápidamente, que la ecología, bien entendida, está incluida en la geopoética. En términos geológicos, es una de las capas de la geopoética. Así pues para la perspectiva vertical. En lo que atañe la perspectiva horizontal, la geopoética  se sitúa varias etapas antes de la ecología.

Veamos esto en detalle.

Aunque queda mucho por entender la ecología en su magnitud total, el término se ha vuelto almenos común, y desde el momento en que emergió hace más de un siglo, se ha ampliado considerablemente su campo de significado y aplicación.

En realidad, actualmente, se pueden distinguir varias ecologías: la ecología de base, estudiada por Haeckel, concretamente en vinculo entre los organismos y su ambiente ; la ecología humana y social de la que hablaba H. G. Wells (Las perspectivas del Homo Sapiens) en los años cuarenta del siglo XX ; y la ecología de Gregory Bateson, concretamente la idea de que las más fecundas manifestaciones de la  mente humana están vinculadas con el gran sistema no humano biocósmico (Vers une écologie de l’esprit, Nature et pensée), que ha surgido en los años 1970. Por haber sido, al origen, una subsección de la biología, el término abarca hoy un conjunto de preocupaciones de contornos a menudo bastante borrosos, mientras que, fundamentalmente, se sale apenas de lo mitológico, simbólico, arquetipo, sacro.

Lo que es seguro, es que si el« ambiente » (palabra poco adecuada, ya que deja al Hombre en el centro) no es preservado y mantenido en su complejidad total, la existencia no tendrá dentro de poco bases, la cultura ya no tendrá fundamento, y las prácticas particulares ningún sentido.

¿Y por qué, por ejemplo, hacer el estudio geo-ecologista de una tierra devastada, menguada, y conformarse con medir los daños con refuerzos de tecnicidad?

Como acaece en otras asignaturas, desde hace ya cierto tiempo, los geógrafos, los primeros conocedores y que describieron la Tierra, se cuestionan sobre el sentido de la geografía, y de su horizonte. ¿Más simplemente, para qué sirve? Para hacer la guerra, se dice. Y es verdad que ha conocido cierto aumento de favor por parte de la geopolítica. ¿Pero el geógrafo puede satisfacer de un puesto de mando de estado mayor? ¿No busca al contrario otro vínculo con la Tierra, y quien sabe, y así entrar él mismo en el Gran Vinculo? […]

En la comunidad ecologista se han hecho intentos para satisfacer la necesidad, con el objetivo que acabo de indicar. Pienso, por ejemplo, en la Association for the Study of Literature and Environment, fundada en 1992 en Reno, en el Nevada. Se ha tratado también de ecopoesía. Puedo estar de acuerdo con el propósito general, concretamente, de  que el sujeto humano construye su ser a través de una interacción con su ambiente natural considerado como hábitat. Pero este movimiento no tiene mucha coherencia, ni mucha fuerza. En las referencias de sus adeptos, encontramos en desorden, al lado de poetas como Wordsworth y Thoreau (ya muy diferentes uno del otro), a ecologistas como Aldo Leopold o Arne Naess, un poco de darwinismo, un poco de fenomenología, un poco de taoísmo, budismo, gandhismo, y elementos de tradiciones indígenas.

La única teoría-practica que corresponde completamente al deseo de Bateson, es la geopoética. Vuelvo a su frase: « Dentro de poco estaré listo para las sinfonías y los albatros. » Es por otras razones por las que intitulé mi introducción a la geopoética, Le Plateau de l’Albatros, pero la relación al vocabulario de Bateson es más que una coincidencia.

 

3. Geopoética y geografía literaria

El término de « geografía literaria » proviene de Francis Moretti, profesor de lengua inglesa y de literatura comparada en la universidad de Columbia, y cuyo libro Atlas du novela européen se publicó primero en italiano (Turín, 1997), después en inglés (Londres, 1998), luego en francés (Paris, 2000). La última frase del libro trata de resumir el estudio: « Un nuevo espacio que da lugar a una nueva forma, que a su vez da lugar a un nuevo espacio. Geografía literaria».

Esta trialéctica « espacio, forma, espacio » me interesa – pienso solamente que para realizarla completamente, hace falta otra cosa más que una « geografía literaria », que me parece demasiado aparente.

Pero procedamos paso a paso.

Moretti estudia la novela, o sea la forma la más social de la literatura. La estudia, de manera estadísticamente cuantitativa (se permite solamente un pequeño juicio cualitativo de vez en cuando, disculpándose, por ejemplo, porque prefiere claramente Balzac a Dickens) y en todas sus variedades: novela histórica, novela regional, novela pedagógica (Bildungsroman), novela sentimental, novela de guerra, novela negra.

Cada tipo de novela está situado en el espacio que no solamente le conviene, pero del cual, según la tesis, procedería (su « matriz narrativa ») y todos están insertados en tres espacios socio-político-económicos globales: Estado-nación, ciudad, mercado, que constituyen el contexto de las secciones del libro, cada una estando abundantemente acompañadas por mapas y figuras.

Es así como podemos iniciarnos con solo una mirada en la pequeña Inglaterra homogénea de Jane Austen (una red de grandes propiedades), contemplar las altas y bajas tierras de Escocia en las novelas de Walter Scott (« espacios salvajes, espacios semicivilizados, espacios civilizados »), seguir los itinerarios de Gil Blas en el Mediterráneo,  examinar los sitos geográficos de la novela francesa entre 1750 y 1800 (Francia, Inglaterra, Europa, Fuera-de Europa, Utopía), estudiar la topografía de las funciones narrativas (espacios de bodas, violaciones, búsquedas, castigos, salidas y llegadas), meditar sobre las clases sociales de Londres (criminal, pobre, media, superior) o sobre la demografía del Paris de Balzac (banqueros, médicos, usureros, prostitutas), etc., antes de terminar nuestro periplo cronotopológico y topocronológico en los salones de lectura y las bibliotecas para consulta, para saber el número respectivo de novelas autóctonas y de novelas extranjeras que figuran entre 1838 y 1861, y luego abrir perspectivas sobre la difusión de novelas británicas y de novelas francesas…

Moretti se había consagrado a esta minuciosa búsqueda en catálogos, se había entregado a este esfuerzo considerable de taxonomia, no solamente convencido de la necesidad, en la época contemporánea, de un Atlas histórico de la literatura, pero también con la esperanza que crecía de así crear una nueva asignatura.

Es cierto que rápidamente se dio cuenta de que dichos Atlas existían ya, y aquí nombraré algunos de ellos: A Literary and Historical Atlas of Europe (Londres, 1910), Guide littéraire de la France (Paris, 1964), Literary Atlas and Gazeteer of the British Isles (New York, 1979), Atlas zur deutschen Literatur (Múnich, 1983), The Atlas of Literature (Londres, 1996). Pero a su parecer, los mapas que figuran en esos libros no desempeñarían solamente un papel decorativo, mientras que los suyos (mapas, diagramas) quieren ser reveladores, están para parecer indicar algo más. Aunque sea un poco injusto con respecto a esos otros libros – trabajé con el Bartholomew de 1910 cuando fui estudiante, y leí con interés Literary Landscapes (1983) de David Daiches –, aunque no esté al tanto de otros libros  a los que no se puede aplicar su objeción, no le estoy buscando ninguna provocación sobre ese aspecto, ya que mi crítica de su empresa tiene muchas otras bases. Y pues, efectivamente, los mapas y las figuras de Moretti muestran y demuestran muchas cosas. Seguir la cartografía de las novelas de Dickens desde el West End, desde Mayfair, hacia el East End y los docks por Ratcliffe y Rotherhithe donde todo se pierde en un laberinto de callejones y un nada nebuloso (creo que aquí, prolongo un poco a Moretti…) no solamente es grato, sino también revelador. Lo mismo para los callejones sin salida de la antigua Paris y el no man’s land de los puentes sobre el Sena. Y si las estadísticas pueden ser tediosas y hasta ociosas, no es inútil tener pruebas concretas de la provincial intelectualización y de la degradación cultural de Inglaterra desde el fin del siglo xviii. Al estudiar los catálogos de las bibliotecas inglesas, Moretti ha podido comprobar efectivamente una hostilidad creciente para con todo lo que era « extranjero ». En 1869, la grande biblioteca de consulta Mudie, en Londres, no tiene ningún libro de Voltaire, de Diderot, de Balzac o de Pouchkine, y al traductor de Zola lo meten en la cárcel. Al mismo tiempo que esta xenofobia intelectual se pone en marcha, se establece un canon (o sea la forma osificada de un ambiente intelectual, literario, cultural empobrecido) marcado, en el siglo xix y después, por el historicismo, un moralismo sentimental, un infantilismo, en resumen, cualquier tipo de modelos, reducidos a un denominador común situado muy debajo de la escala de los valores mentales. Virginia Woolf declara que Middlemarch de George Eliot es « una de las raras novelas inglesas escritas para una mente adulta », a lo que Moretti él mismo, a quien no le falta humor a pesar de la naturaleza fastidiosa de su tarea, se hace eco diciendo: « Los adultos británicos leen David Copperfield, y eso es todo lo que merecen».

El balance final de la cartografía sociocultural de Moretti es pues el de un mercado literario marcado por el marketing de lugares comunes y una estandarización creciente.

Podemos decir claro que una mente por poco lucida y crítica que fuera no necesitaba tal « método de investigación » – el mapa como instrumento analítico – para alcanzar tal constatación, en Inglaterra o en otro sitio. Pero si el estado de las cosas resulta más claro para algunos, pues mejor. Y, como ya lo he dicho, estoy muy lejos de estar en desacuerdo con la utilización de mapas y diagramas para acompañar un pensamiento y un discurso.

Hasta he dicho, sin reprochárselo (ya que nadie puede saber todo – y de hecho para que), que estaba al corriente de ciertos atlas que aparentemente Moretti ignoraba. Pensaba en particular en un libro que había comprado antaño cuando  todavía era alumno en el instituto, en una librería de viejo en Glasgow. Este libro está incluido en mi biblioteca desde entonces, e integra mi « fondo » intelectual. Se trata de The Personality of Britain (1932) por Cyril Fox, director del museo nacional del País de Galles. Este libro está atiborrado de figuras y mapas, y uno de ellos me ha impresionado peculiarmente: presenta una migración cultural que, parte de Asia Menor, pasa por el Mediterráneo antes de alcanzar los archipiélagos del norte de Escocia. Acá tenemos otra concepción y otra imagen de Gran Bretaña completamente diferentes de esas que son tradicionales y comunes. De este primer paisaje, de ese espacio, ha surgido, al pasar el tiempo, The Book of Kells. Y a lo largo de la literatura británica, se encuentra de vez en cuando, me parece, un resurgimiento de ese fondo arcaico. Pienso en Charles Doughty (Travels in Arabia Deserta), en John Cowper Powys (Obstinate Cymric), en Hugh MacDiarmid (Stony Limits). Y sin ninguna duda también en mi caso.

Pero antes de penetrar más adelante en ese paisaje, volvamos a Moretti.

Si ha escogido estudiar la novela, es, como ya se ha dicho, porque es la forma la más inmediatamente reveladora de un estado de la sociedad. Pero si se quiere ir hacia otra cosa, y yo veo en Moretti señales de este deseo, si se quiere encaminarse hacia otro contexto intelectual, tal vez otro estado de sociedad, otro espacio cultural, es otra escritura que la de la novela que es menester prever.

¿Por qué?

Por varias razones, de las que voy a enumerar algunas.

a) Como el drama, como todos los sistemas de comunicación simplificadores, la novela está basada en una lógica binaria, un modelo oposicional, antitético, agonista y antagonista. Todo eso situado en un sistema sobre determinado: el mundo del dinero, del periodismo, de cualesquiera mundos cerrados.

b) Se puede extender esta lógica estructural, con sus mecanismos, a todo el espacio entero. « Las ciudades, dice Moretti, pueden ser ambientes muy « erráticos » (very random environments), pero la novela protege a sus lectores de este « erratismo » (randomness) reduciéndolo. » Es un sistema de seguridad, un seguro, una comodidad intelectual, un cataplasma para el psique, un emplasto para el espirito. « Forma simbólica » del estado-nación según Gellner (Nation et nationalismes), la novela es también el refugio, el hogar de otras convenciones simbólicas. Moretti se pregunta también si la narrativa de la novela no es « religión disfrazada ». Otro opio del pueblo.

c) Si la novela reduce la « randonnéité » (neologismo que he forjado para incluir al mismo tiempo randomness y senderismo), también reduce la polifonía, la polisemia, la cosmología. El psicoanalista Francesco Orlando habla de un « grado bajo de figuración » y para Moretti a las novelas de Dickens les falta « fuerza gravitacional ».

Completamente de acuerdo. Hace falta ir más lejos, abrir un espacio aún más grande, con otras fuerzas y otras formas.

Como ya lo he dicho, Moretti él mismo siente la necesidad de eso, experimenta el deseo de aquello. Al final de su estudio, considera la novela como una forma intermediaria entre el antiguo y el nuevo: « Creando un compromiso simbólico entre el mundo indiferente de la ciencia moderna y la topografía encantada del cuento mágico, entre una nueva geografía que no podemos ignorar y una antigua matriz narrativa que no podemos olvidar. » Constata una ausencia flagrante de« invención morfológica » (el crítico escandinavo Gunnar Myrdal llamará eso « el desarrollo del  subdesarrollo »), y se pregunta: « ¿Cómo una forma narrativa se cristaliza? », « ¿Cómo una convención cambia, mejor, cambia jamás? ¿No se queda más bien estable bajo mil disfraces hasta el día en que, de golpe, se desintegra? » Para contestar a esas preguntas, hace falta no solo otro estudio, sino también otro método: « El método cuantitativo ya no es útil ». Lo que haría falta es un « análisis morfológico ». Y Moretti prevé « la apertura de un horizonte », un « cambio de paradigma », un « programa imposible ».

Inútil decir de cuanto estoy de acuerdo con esas palabras. Es el sentido de todo mi trabajo desde hace años: la apertura de un nuevo espacio intelectual, la poética de este espacio y la instauración gradual de una nueva cultura.

Este ensanchamiento creciente del campo de investigación, es la geopoética, algo más que la « geografía literaria ».

 

4. Geopoética y geofilosofía

Antes de tratar del vínculo entre geopoética y geofilosofía, una palabra o dos sobre el vínculo de orden más general entre poética y filosofía.

Reina en el ámbito público la idea de que, si se quiere « pensar », hace falta darse la vuelta hacia la filosofía, que el filosofo sería el representante designado del pensamiento, mientras que la poética sería el lugar, el« otro mundo », del sentimiento, de la fantasía, del imaginario. Es no saber nada ni de los trabajos poéticos realizados desde hace almeno cien años, ni de ciertos avances en filosofía.

Efectivamente, en el ámbito de la filosofía, a una crítica secular de todo lo que es nomás filosofismo, filosofazo o filosofiloteria (de lejos como suele ser frecuente en los profesionales de esa cosa), se ha añadido, en los campos los más avanzados, una crítica de la filosofía misma. Esto empieza en Nietzsche, que dice que es en un cierto momento poeta, pero « al límite de la palabra », o sea fuera completamente de los conceptos convencionales. Y esto se desarrolla en Heidegger, para quien, con el fin de volver a empezar a pensar, hace falta « salir de la filosofía » y que prefiere dialogar con poetas como Hölderlin o Rilke mas bien que con sus filósofos contemporáneos. Al ir atrás en el tiempo, más de un francés que no conoce de Descartes nomás un cartesianismo básico, estará sin ninguna duda sorprendido de oír nuestro « hombre de los mapas » declarar, en su texto Olympica, esto: « Puede parecer asombroso que los pensamientos profundos se encuentren más bien en los escritos de los poetas que en los de los filósofos».

Recorramos pues ahora el terreno filosófico-geopoético.

Eso es tanto como decir de entrada que no encuentro muy interesante el concepto de « géofilosofía » anticipado por Deleuze y Guattari en su libro ¿Qué es la filosofia ?

Entendámonos primero sobre la palabra « interesante », que utilizo en el sentido fuerte. Si digo que encuentro la geofilosofía poco interesante, es con respecto a lo que me excita más la mente, a lo que me parece más necesario. La grande masa de lo que se llama « filosofía », « arte », « cultura », no me interesa en absoluto.

La idea de geofilosofía es el tema de un ensayo de veinticinco páginas en un libro de unas doscientas páginas, donde es sobre todo cuestión de conceptos, de preceptos y afectos, total de una definición de la filosofía respecto al arte y la religión. En mi lectura del contexto geofilosófico, la frase-clave, alrededor de la cual todo gira, pero, que, en medio de todo un discurso que filosofa, puede pasar desapercibida, es esta: « Nos falta un verdadero plan. » Después de siglos de pensamiento occidental, no carecemos de conceptos, sino que « no sabemos adónde meterlos », ya que hemos estado « distraídos por la transcendencia cristiana ».

Las primeras páginas del ensayo están consagradas a Grecia considerada como el lugar mismo de la filosofía. Si los primeros filósofos son extranjeros venidos de Asia (es Heráclito de Efesio quien inventa el término), exiliados de lo que Deleuze y Guattari no quieren ver, salvo alguna excepción temporal, que bajo la forma imperialista e imponente del « despotismo oriental » (del que nadie negará la existencia), es Platón quien, en el ambiente griego aristócrata democrático, instaura la filosofía. Se ha podido hasta decir, y no sin razón, que todo lo que se designa filosofía desde entonces no consiste más que en notas a pie de página del texto platónico.

Para Nietzsche, falta, desde Platón, algo esencial, « una ayudita más rápida a través de espacios más grandes » (El Nacimiento de la filosofía).

No insisto en la importancia que tuvo para mí esta frase.

Después del ambiente griego, Deleuze y Guattari pasan revista a los ambientes franceses, ingleses y alemanes (si no tienen en cuenta Italia y España, es que, según ellos, estos países todavía no han hecho su ruptura con el catolicismo). Francia, es el ambiente del conocimiento reflexivo, del razonamiento: « Los Franceses son como  terratenientes cuya renta es el cogito. » Alemania, ella, es el ambiente de un Absoluto perdido, que se trata de reconquistar. En cuanto a Inglaterra, es « un suelo blando y movedizo »: en vez del pensamiento, los Ingleses tiene hábitos, en vez de conceptos,  convenciones.

Todo esto no carece de interés, y se podría multiplicar los estudios al mismo tiempo sobre los terrenos y los personajes. Así se haría geofilosofía. Pero nos quedaríamos en los ambientes. No se trataría del tema fundamental que atañe a un posible plan  de inmanencia.

Es esta cuestión que Deleuze y Guattari han intentado tratar en Mille Plateaux, haciendo un análisis del capitalismo que, al límite, destruye los ambientes, y una exploración de la esquizofrenia considerada como susceptible de abrir un nuevo espacio del espirito.

Pero aunque se haya recorrido, frenéticamente, diagramáticamente, montados a una máquina de guerra conceptual, mil mesetas, todavía no se había puesto en marcha un nuevo plan de inmanencia.

Las últimas etapas del pensamiento (geofilosofía incluida) de Deleuze y Guattari son muy elocuentes de este punto de vista.

Desde ¿Qué es la filosofía?, en las últimas páginas del ensayo sobre la geofilosofía, que ya no había hecho avanzar las cosas, sirviendo como mucho de intermedio, se puede leer: « El pensamiento él mismo está a veces más cercano al de un animal que muere que al de un hombre vivo». Y recurrir a « una forma futura », a « una nueva tierra y un pueblo que todavía no existe », a « la falta de la constitución de una tierra y de un pueblo, como correlación de la creación », es patético.

Esto se vuelve todavía más claro en dos otros libros, Critica y clínico de Deleuze y Cartografías esquizoanalíticas de Guattari. En Deleuze se revela un profundo patos, que el pensador intenta aliviar escibiendo textos más bien bellos-letristas sobre « La literatura y la vida », sobre « Alicia en el país de las maravillas », sobre « Cuatro formulas poéticas que podrían resumir la filosofía kantiana », etc. Guattari, por su parte, se vuelca en un utopismo sentimental en el que prevé « la constitución de un ambiente de suavidad y de entrega », « un universo de encantos creadores ». Sin comentario.

Para tratar ahora la geopoética, vuelvo a subir, después de las mil mesetas y su caída en picado a tópicos, a la meseta de Engadine, adonde voy para reencontrarme con Nietzsche.

Fue en un contexto nietzscheano que conocí a Gilles Deleuze. Pienso en su ensayo « Pensamiento nómada », publicado en los actos del simposio « ¿Nietzsche hoy? » (Paris, 1973). En este se puede leer enunciados como estos: « El objetivo del marxismo y de la psicoanálisis, las dos burocracias fundamentales de nuestra cultura, es realizar bien o como se pueda un nueva codificación de lo que no se para en el horizonte de descodificarse. El asunto de Nietzsche, al contrario, no está en eso. Su problema está en otra parte. A través de todos los códigos, del pasado, del presente, del futuro, se trata para él de hacer pasar algo que no se deja ni se dejará codificar » ; « Una deriva, un movimiento de deriva o de « desterritorialización » » ; « Lo digo de una manera muy vaga, muy confusa, ya que se trata de una hipótesis o de una vaga impresión sobre la originalidad de los textos nietzscheanos » ; « Nietzsche basa el pensamiento, la escritura, en una relación inmediata con afuera. Ahora bien enchufar el pensamiento con el exterior, es lo que, al pie de la letra, los filósofos no han hecho nunca, hasta cuando hablaban de política, hasta cuando hablaban de paseo o de aire puro».

En esa época estaba yo mismo muy preocupado por conceptos como « nomadismo » (específicamente intelectual), « deriva », y por un nuevo tipo de escritura, de libro, de obra.

Estaba elaborando una tesis sobre el nomadismo intelectual (Deleuze iba a ser miembro del jurado de la tesis), tenía en marcha, en inglés, un libro Travels in the Drifting Dawn (que iba a ser traducido con el título Derivas), así como un libro de ensayos, escrito en francés, La Figure du dehors.

Era evidente que compartíamos un terreno.

Es posible que si Deleuze se hubiese detenido en su estado « originario », en vez de proseguir demasiado las líneas marxista y psicoanalítica y volcándose en « capitalismo y esquizofrenia », habría tal vez descubierto otro campo. Lo que es seguro, es que si recorremos todos los escritos de Deleuze (no solamente el ensayo « geofilosofía »), podemos encontrar elementos que llegan a la geopoética : « El sujeto y el objeto dan una mala aproximación  del pensamiento. Pensar no es ni un hilo tendido entre un sujeto y un objeto, ni una revolución de uno alrededor del otro. Pensar se hace más bien a través del vínculo entre el territorio y la tierra… ». De esa relación emerge la geopoética que, lejos de ser no sé cual poesía de la naturaleza o alguna poco clara ecología poética, como algunos lo han querido, pone en presencia un tipo de pensamiento, un método – in método de escritura, una manera de ser al mundo, y la base posible de una cultura.

Digamos, rápidamente, para resumir, que el geo- de la geofilosofía es psico-socialmente relativo, el de la geopoética es cosmo-planetario.

 

5. Geopoética y geocrítica

De vez en cuando en la historia literaria surgen una necesidad y un intento para  recrear la crítica literaria, y darle una nueva base y una nueva impulsión. Si ha habido siempre « críticas », la crítica no existe en sí misma antes del siglo xix. Una lista tipológica contendría diversas metodologías: idealista, absolutista, determinista, positivista, impresionista, psicoanalítica, marxista, etc. Cuando era estudiante en  Glasgow, adquirí dos libros que intentaban hacer un balance de la cuestión: Critical Approaches to Literature de David Daiches (1956) y The Anatomy of Criticism de Northrop Frye (1957). Daiches divide su estudio en tres secciones: « The Philosophical Enquiry » (de Platon y d’Aristote a T. S. Eliot), « Practical Criticism » (la crítica como profesión, una tipología de los métodos) y « Literary Criticism and Related Disciplines » (Freud, Jung, Marx). Frye, él, divide su estudio en cuatro secciones: « Historical Criticism – Theory of Modes », « Ethical Criticism – Theory of Symbols », « Archetypal Criticism – Theory of Myths », « Rhetorical Criticism – Theory of Genres ». No puedo decir que esta lectura me haya excitado mucho el espirito, pero me ha revelado las estructuras a las que tenía que dar cara. Perviven tal vez en mi memoria los nombres de Sainte-Beuve (para quien la obra de Baudelaire era un quiosco raro situado por el lado de Kamchatka), de Hippolyte Taine (« la raza, el ambiente, el momento »), de Roland Barthes (« el grado cero de la escritura »). Si cito aquí solamente ejemplos franceses, es sin duda porque es en Francia donde el pensamiento crítico ha sido el más desarrollado. En Inglaterra, se puede mencionar el nombre de Coleridge, pero en el ambiente inglés convencional es considerado como una anomalía monstruosa, un poeta que, bajo influencia alemana (Kant, Schelling) ha perdido tiempo en pensar. Hoy en día, que sea en Inglaterra o en Francia, ya no hay crítica en la plaza pública, ya no queda, aparte alguna gran excepción, más que palabrería.

A priori, pues, cualquier intento para volver a dar una base a la crítica literaria y devolverle un poco de energía intelectual, podría probablemente llamar mi atención, tal vez hasta despertar mi interés.

Pasemos por alto las tonterías que se han podido decir sobre la geopoética en el simposio proto-geocritico que aludís, palabras reveladoras de un pensamiento-reflejo y de una ausencia total de documentación seria.

Por mi parte, con el fin de informarme, escrupulosamente, sobre la geocrítica, me he esforzado por leer de principio a fin (lectura efectivamente más bien fastidiosa, el texto es pedagógicamente ultra-repetitivo) el libro de Bertrand Westphal, La Geocrítica – real, ficción, espacio.

Sobre el plan de la forma, el libro de Westphal vacila entre un conceptualismo universitario ortodoxo y el deseo de entrar en una heterogeneidad llamada « postmoderna ». Está compuesto por cinco capítulos, los tres primeros – « Espacio-temporalidad », « Transgresividad », « Referencialidad » – que tiene como papel el de presentar el contexto antes de llegar al cuarto, « Elementos de geocrítica », y le sigue un último capítulo, « Visibilidad », que trata de la aplicabilidad del concepto al real social, a la realidad social. El formalista reprimido se da prisa en decir que la heterogeneidad que practica no es el signo de una fragilidad estructural, ni un mal menor, mas proviene de la voluntad de capitalizar « todas las dinámicas », que atraviesan el espacio contemporáneo. Se permite hasta una referencia « a lo mejor más poética». Se refiere a Leon Battista Alberti (siglo xv) que, en sus Intercenales, llama a los pequeños Estados que formaban entonces Italia naviculae. Es pues en un espacio navicular que se nos invita a penetrar.

Si el enfoque de este espacio es denominado « geocentrado », es contra toda la literatura pre-postmodernista, toda la crítica literaria pre-geocritica, que, habría sido « ego centrada »: es el escritor quien era « el objeto último de todas las atenciones ». Desde el « punto de vista individual », la geocrítica pretende sustituir un punto de vista geo-social. Cada autor es situado « en una red que se vuelve a traer a un lugar preciso ».

Ejemplo: Le Quatuor d’Alexandrie. En vez de focalizar la atención sobre Lawrence Durrell « autor británico que escribe relatos cuya acción está instalada en un lugar llamado Alejandría », se abocará, en geocritica, a estudiar Alejandría. Y al lado de Durrell, se pondrá, Alejandría siendo “el denominador común”, el viajero francés Volney, el poeta griego Cavafis, el escritor de bajo nivel griego Stratis Tsirkas, el escritor copto Edwar al-Kharrat. « En una palabra, se moverá del escritor hacia el lugar y ya no del lugar hacia el escritor, con el pasar de una cronología compleja y de puntos de vista diferentes. » Así, no solamente « el espacio es arrancado a la mirada aislada », pero se transforma « en plan focal, en hogar », lo que lo « convierte en mucho más humano. »

A continuación, a Alejandría, se añadirán Paris, Londres, Lisboa, Berlín, Budapest… Y después a las ciudades se añadirán las regiones: Sicilia, Galicia, Bucovina… A las regiones les seguirán continentes. A los continentes, espacios genéricos: islas, penínsulas, archipiélagos, montañas, desiertos, ríos, mares, lagos… Y después, hay lugares imaginarios: Ruritania de un escritor de bajo nivel inglés, Poldevia de no sé ya quien. Y en el futuro próximo, se irá hacia los lugares intersiderales: « Una geocrítica de Marte y de la Luna es concebible », pero para eso, precisa Westphal, con un sentido del humor del que se apreciará la sutileza, se tendrá que esperar « los primeros escritos sobre papel verde marciano » o « las primeras películas que se rodaron a bordo de platillos volantes ». Al esperar eso, se tendrá evidentemente que añadir a los textos literarios el cine (no se trata de presentar Lisboa sin las películas de Wim Wenders o de Alain Tanner…), incluso imágenes de síntesis…

Ya no estamos en el comparatismo, la literatura comparada (que a mi parecer, si ha podido ampliar el horizonte de algunos espíritus, no ha sido jamás una asignatura fundamental), no estamos en el turismo.

Un primer panorama general de la geocrítica, podría efectivamente llegar a la conclusión de que todo lo que cabe esperar, es no solamente toda una serie de espesas antologías sin ontología, por así decirlo, pero aún una inmensa Mediateca universal de turismo cultural. Y eso aún más que en las últimas páginas de su libro, hablando de l’« aplicabilidad » de la literatura, de su contacto con la realidad », de « la interfaz entre el texto y el mundo», del encuentro entre « narratividad de ficción » y « narratividad de actuación », es la esfera del turismo que Westphal cita como ejemplo: « el turismo, industria sin duda, pero industria del sueño nutrido por la ficción».

He preferido darle todavía una oportunidad, al intentar ver lo que esta empresa, por otra parte a la vez tan pomposa y tan irrisoria, tan pretenciosa y tan trivial, podía también sin embargo vehicular algo interesante. El mejor sitio para practicar esta generosidad intelectual, es a mi parecer el capítulo II del libro, sobre la Transgresividad.

« Hablar de espacios de la transgresión no es un asunto simple », escribe Westphal. Con esta frase general, estoy, evidentemente de acuerdo. Mas veamos de cerca como procede Westphal.

Empieza por citar a François Hartog en El Espejo de Herodote que he debido leer, con mucho interés, al principio de los años ochenta: « Transgredir quiere decir salir por hubris de su espacio para entrar en un espacio extranjero». Es también vivir, ver y entender « lo que se despliega mas allá del umbral, el umbral del que se trata se entiende o como un limes, una « línea de contención », o como un limen, una frontera porosa destinada a ser cruzada ». Y entonces Hartog amplia el sentido del término: « Esta transgresión espacial es también transgresión de un espacio divino y agresión para con dioses». Desde ese momento, Westphal trata con su propia interpretación: « El intervalo es claramente estrecho entre acción y transgresión. Este intervalo lleva un nombre, en Deleuze y Guattari, es el épistrate, margen de desviaciones toleradas. » Alude entonces la disposición de una « playa de intimidad mas allá de la valla ». Mi propia referencia sería menos el épistrate de Deleuze y Guattari que la épistratégie de Thébaïde, situada entre Panopolis y la primera catarata, así nombrada por Strabon durante su viaje a Egipto y Etiopia. ¿Y por qué hablar de una « playa de intimidad »? Yo mismo he hablado de una playa escatológica, al volver al griego eschatia (« alejado del centro », « al final del mundo », « posición extrema ») que se puede encontrar en Homero, Hesíodo o Píndaro.

Se constata pues un interés común por un mismo espacio, el de la « transgresividad », pero ya en esto se ve una diferencia de enfoque y de poética. Y estas diferencias van a ser mayores.

Y es que el enfoque de Westphal, de la geocrítica, es ante todo social, sociológico.

En la “frontera » de la geocrítica va pues a situar todo lo que constituye un sidestep (como a muchos intelectuales y semi intelectuales franceses actuales les gusta las fórmulas anglosajonas), un « paso de lado », con respecto a un espacio autoritario hegemónico o a la monología de un código. El resultado es un amontonamiento donde los nichos minoritarios y comunitarios se codean con las pequeñas « heterotopias » intimas de Foucault, en las que los discursos sobre las posturas corporales y sexuales (gender studies) costean con los discursos étnicos, etnoculturales, post-coloniales (« declinaciones de la diferencia »), todo sumido bajo el término hold-all de « tercer espacio » heredado de Homi Bhabha (third space, estado entre dos, en el medio) y de Edward Soja (en el cual el third space todavía flotante de Bhabha se convierte en un Thirdspace, un lugar de « fusión integral »).

Es con alivio, y con esperanza en encontrar otra cosa, que nos alejamos de estas aglomeraciones de segunda zona, esta proliferación de ejemplos y de sub ejemplos donde el arte es representado por una novela en la cual el texto se enrolla alrededor de un O (sexo femenino, ciclo menstrual, revolución cósmica…) para tratar del espacio de algunos espíritus de primer orden que atraviesan también, fugitivamente, estas páginas, y que para mí son entrañables: Ovidio, Brandan, Dante.

Empecemos por Dante, cuyos limbos infernales son, como lo dice muy bien Westphal, « un lugar poblado por los grandes transgresores del espíritu ». Pero en vez, por ejemplo, de analizar la naturaleza de la transgresión de esos espíritus, en vez de analizar la transgresividad de Dante él mismo, como lo hace Mandlestam en su Entrevista sobre Dante (Dante visto, no como « poeta » en el sentido banal de esta palabra, no como « productor de imágenes », sino como « estratega de mutaciones »), Westphal, fiel a su objetivo de no ocuparse de individuos o de autores, sino de pasar a hacer series, desliza enseguida hacia Vendredi, ou les Limbes du Pacifique, en el que destaca el tema sociológico banal del encuentro de Uno y del Otro, añadiéndole un pequeño toque post-colonial : « que alternan y se hibridan ». Al continuar la serie, habría podido ir hacia L’Ombilic des limbes de Antonin Artaud marcado por otra radicalidad muy diferente. Pero quedémonos en la isla de Robinson Crusoe, Juan Fernandez, lugar de exilio, fuera de la literatura, del marinero escocés Alexander Selkirk. Deleuze y Guattari se refieren a ella en ¿Qué es la filosofía?, viendo en el encuentro entre el solitario y la isla la « expresión de un mundo posible en un campo perceptivo ». He ahí una frase interesante, que va en el sentido del camino y del proceso de mi trabajo y alude el campo de la geopoética. Pero hay que ver lo que hace Westphal de esta. Todo está traducido, reducido en términos del banal « tercer espacio » que « se afirma al medir que el territorio abandona su potencial espantoso, su fuerza asquerosa ». La relación entre fuerza y forma, y el surgimiento de un mundo según un sentido fuerte y formado por esta palabra está completamente escamoteada.

Después de Dante, otra figura aludida por Westphal y de la que me siento cercano, es la de Saint-Brendan (que prefiero llamar Brandan – las dos ortografías coexisten), el monje navegador irlandés del siglo vi. Westphal empieza ostentando una erudición de escuela obligatoria sobre los mapas TO y el fantástico de la Edad Media: « Los mares y los océanos, que rodean tierras lábiles, están poblados por monstruos marinos. » Y en vez de enseñar lo que había descaradamente transgresivo en el pelagianismo con respecto al cristianismo establecido en Roma, se conforma con balizar el viaje de nuestro corredor de espacio con los requerimientos del canon religioso y los detalles del calendario litúrgico. Mi poema, « El último viaje de Brandan », que tiene en cuenta todas estas informaciones culturales y se refiere al pasar, empuja las cosas, desde el espacio físico, mucho más lejos, y abre el espíritu en vez de encerrarlo, otra vez, en un cuadro sociocultural.

Con su lectura de Ovidio, encontramos un pequeño inicio de otra cosa. Después de las informaciones primarias sobre el exilio de Ovidio en Tomes : « Relegué a Tomes, en la orilla del Puente Euxin, nuestro mar Negro, […] Tomes era para él y los  Romanos el último de los mundos, el último, ultima tellus », Westphal intenta entrar en el espacio, el territorio, el lugar: « Cuando observaba el mundo de los Daces y de los Sauromates, « barbaros » de los que había aprendido el lenguaje, y tal vez la orilla opuesta del Danubio, Ovidio echaba una mirada al nada escítico. Poroso, el limen estaba en el borde que se abre sobre un nuevo desconocido, pero que abre en vez de cerrar. Tal vez Ovidio había transformado el limes del imperio en un limen. Tal vez, ya que no se sabe nada. » No sabemos nada, claro, pero mi poema, Le Testament d’Ovide (tengo muchos estudios ovidianos tras de mí), avanza transgresivamente en ese desconocido, en ese « vacio escítico », abriendo, una vez más, la mente, abriendo posibles perspectivas de existencia.

Para resumir, al ver cosas desde lejos, la géocrítica, que ha querido estar « al cruce de los potenciales creativos », no es en realidad más que un trastero intermediario.

 

Kenneth WHITE

Fragmentos de Panorama geopoético, entrevistas de Kenneth White con Régis Poulet,
Ediciones de la Revue des Ressources, colección « Carnets de la Grande ERRance ».

 

Traducción: Manuela Gorris Neveux