Adulado durante mucho tiempo como figura ideal, héroe literario nacional, luego vilipendiado como un asocial olímpico, Goethe ocupa uno de esos “puestos aparte” en el mapa literario y cultural, donde “otra cosa” fuera de las corrientes y de las tendencias de la época, y en gestación. Lejos de ser un tribunal al que él estaba sometido, al protocolo al cual se plegaba, Weimar fue para Goethe ‒ sobre todo en la segunda mitad de su estadía, después de su viaje por Italia que consistió en un distanciamiento si no en una ruptura ‒ un aislamiento que le permitía una concentración de energías y una apertura mental sui generis.

Leer más: Reencuentros con Goethe

 

En tanto que ‘enamorado de los mapas’ — que él confiesa ser —, Kenneth White organiza sus andanzas partiendo de un misterioso “mapa de Guido” que él mismo fue a consultar a Bruselas. Este documento simboliza en muchas formas la ruta recorrida por el autor. Consultado en una biblioteca, el lugar humanista por excelencia, el mapa del siglo XII es testimonio, al mismo tiempo de la erudición con que la Kenneth White prepara y acompaña a menudo las peregrinaciones, pero también de que el enamorado de los grandes espacios es asimismo un gran ciudadano, que se dirige a la ciudad y al mundo.

Leer más: El mapa de Guido: una 'inmensidad íntima'

“Oriente y Occidente son trazos que alguien dibuja con tiza frente a nosotros
para distraernos de nuestro propio juego pusilánime”.[1] (F. Nietzsche)

 

En la historia del pensamiento, la cuestión sobre las relaciones entre Oriente y Occidente ocupa un puesto importante. Todo eso se inició en la antigüedad en dos etapas principales unidas a la emergencia de la metafísica y al pensamiento de las esferas.[2]

Esta oposición nació de la representación cartográfica del mundo en la época presocrática antes de ser retomada por Platón, especialmente en el plano ontológico en el Banquete y en el Timeo, Toda la representación del mundo se sitúa entre dos polos. Uno según el cual toda carta, todo ‘cosmograma’ debería ser interpretado como figuración de la percepción de la relación entre el sujeto y los fenómenos (un poco a la manera de un mandala); el otro para quien las formas cartográficas no son sino la exacta y objetiva realidad. De esta forma la oposición cartográfica binaria entre Europa y Asia reúne el mito platónico del andrógino para preparar la oposición cardinal entre Oriente y Occidente, producida por los romanos, y que ha perdurado a través de la rivalidad entre Roma y Bizancio.

Leer más: Oriente y Occidente: la revolución tranquila de Kenneth White